En un reciente artículo publicado en XLsemanal se aborda la cuestión de la ausencia de actividades que fomenten la creatividad en la educación básica. Entre otras referencias se hacen mención de Robinson que llegó a afirmar en 2006 que «Las escuelas matan la creatividad». Para Robinson, el origen del problema está en un sistema en el que tienen prioridad las materias como Matemáticas, Ciencias o Lenguaje y se marginan las asignaturas artísticas. Todo ello encaminado a 'fabricar' adultos que encajen en la estructura económica. Para evitar la masacre educativa, Robinson defiende las materias interdisciplinares y hasta personalizadas y las clases en las que conviven niños de distintas edades, que fomenten el llamado 'pensamiento divergente', la capacidad de encontrar varias respuestas a una sola pregunta. En efecto, denuncia, los niños crecen en un sistema en el que saben que hay respuestas distintas, pero no se les permite usarlas.
En esta línea apunta Valderrama, psicóloga, cuando afirma que «el peor enemigo de la creatividad es la inseguridad y el miedo a las críticas del profesor o de los demás alumnos». Por eso, los profesores deben plantear preguntas con diversas respuestas y premiar las contestaciones inesperadas en vez de censurarlas.
Sin embargo, la escuela y sus deficiencias no son las únicas responsables de la crisis creativa. Algunos autores aseguran que la omnipresencia de la tecnología en la vida moderna dificulta el desarrollo de la imaginación de los niños. Ciertamente, es una aseveración importante en un momento en el que las pantallas han adquirido una relevancia enorme en el ámbito educativo. La profesora Carlsson-Paige justifica su crítica de la siguiente forma: «Aunque los juegos de ordenador o las aplicaciones podrían considerarse experiencias más activas que sentarse a ver la televisión, se siguen limitando a lo que sucede entre el niño y un dispositivo, algo que no implica utilizar el resto del cuerpo, los sentidos. Además, la propia actividad y la forma de jugar están descritas por un programador. El niño juega de acuerdo a las normas de otra persona, lo cual es muy diferente a que un niño tenga una idea original y la lleve a cabo».
Más aún, parece ser que el auténtico origen del problema es que en la actualidad se juega menos que hace antes. No es difícil adivinar las causas: la agenda de un niño está plagada de clases, deberes y actividades extraescolares y esto deja poco tiempo libre para el juego. La misma profesora comenta que «jugar es un proceso tremendamente creativo que fomenta la imaginación, el pensamiento original, la resolución de problemas, el pensamiento crítico y la autorregulación. Mientras juegan, los niños también aprenden a aprender, a tomar la iniciativa o hacer preguntas para crear y resolver sus propios problemas. La neurociencia nos dice asimismo que, a medida que los niños juegan, se activan las conexiones en el cerebro y se solidifican».
La creatividad no es una cuestión baladí. Especialmente porque la creatividad no se limita a la expresión artística ni tampoco es una cuestión que deba afrontarse por los efectos positivos que puede producir en el desarrollo profesional. La creatividad influye notoriamente en que las relaciones personales y afectivas más saludables cuando sean adultos. Ciertamente, «la creatividad es un componente importante de la inteligencia emocional, pues permite entender puntos de vista distintos a los propios, adoptar una perspectiva positiva ante los problemas, tolerar la frustración y resolver situaciones conflictivas».
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