En el último número de 2013, la revista Nuestro Tiempo de la Universidad de Navarra, saca en portada un artículo sobre la llegada de la universidad virtual y gratuita. El autor, Pablo Pardo, recorre la historia de los MOOC y explica los factores que motivaron su nacimiento y su proliferación. En la actualidad, los MOOC siguen despertando un apasionado debate. En este post resumo las ideas más interesantes del artículo aunque recomiendo su lectura completa.
El modelo que aplica la Universidad ha cambiado muy poco en miles de años. Fundamentalmente, se trata de un señor que se pone frente a un grupo de otros señores, les da una lección y les asigna una tarea. Unos días después, el proceso se repite hasta que hay una o varias pruebas para evaluar sus conocimientos. Pero, con Internet, las cosas están empezando a transformarse de forma dramática.
Historia
Esa transformación comenzó en el otoño de 2011, cuando varios profesores de la Universidad de Stanford, en California, una de las más prestigiosas y con mayor presupuesto del mundo, decidieron abrir varios de sus cursos a cualquier persona que tuviera acceso a un ordenador con conexión a Internet. Era una oferta difícil de rechazar, aunque solo sea porque, por un curso académico completo, la matrícula de Stanford es de unos treinta y cinco mil euros. No era un experimento revolucionario. La palabra MOOCs se había acuñado en 2008 en la Universidad de Manitoba, en Canadá, con el curso “Connectivism and Connective Knowledge”.
Pero nadie se esperaba la magnitud de la reacción. El curso sobre “Introduction to Artificial Intelligence”, impartido por uno de los programadores más famosos de Google, el profesor Sebastian Thrun, acabó con ciento sesenta mil estudiantes inscritos, delos que ciento diez mil estaban fuera de Estados Unidos. Más de cien voluntarios tradujeron las sesiones y el temario a los cuarenta y cuatro idiomas en los que acabó impartiéndose en 191 países.
En poco tiempo, el mismo Thrun fundaba Udacity, una empresa para crear plataformas online a través de las cuales las universidades puedan dar clases gratis. Ng y Koller lanzaban Coursera, un competidor directo de Udacity. Y un mes después, la universidad de Harvard y el MIT, sacaban xCorporation, una entidad sin ánimo de lucro que, bajo la marca edX, también promoviera el desarrollo de los cursos online.
Con Coursera, edX y Udacity firmemente establecidas, los MOOCs están dinamitando desde dentro el mundo universitario estadounidense. Estas entidades desarrollan la plataforma tecnológica, asesoran a los centros académicos sobre cómo adaptar sus cursos a Internet y crean una red social de profesores y estudiantes.
Oportunidades
Los MOOCs son por tanto una amalgama educativa de YouTube, Wikipedia y Facebook, una especie de clase virtual, que tiene una peculiaridad: el número de alumnos puede ser casi ilimitado. El coste de un alumno es casi cero y el aula es todo el planeta Tierra. Una de las paradojas de este sistema es que, en él, la materia prima –es decir, los cursos– son gratis, pero la distribución, no, salvo en el caso de edX. Coursera, por ejemplo, cobra un promedio de unos catorce mil dólares (unos once mil euros) a las universidades cuyos cursos distribuye. Y va a desarrollar un sistema para poner en contacto a los estudiantes que lo deseen con potenciales empleadores.
El grado de penetración de estas instituciones en la educación universitaria es brutal. Son organizaciones pequeñas: en Coursera trabajan sesenta empleados, y en edX, setenta y siete. Pero, como siempre en Internet, manejan cifras de vértigo. Coursera, por ejemplo, tiene acuerdos firmados con ochenta y tres instituciones educativas, desde la Universidad de Princeton hasta la de Singapur (trece de esas universidades, entre ellas la Autónoma de Barcelona, dan clases en español). En total, la empresa que ha fundado Ng ofrece cuatrocientos cursos, y por sus pantallas han pasado cuatro millones de estudiantes. Por su parte, edX cuenta con veintisiete universidades y más de un millón de estudiantes.
Así que la cuestión es: los MOOCs ¿van a acabar con cuatro mil años de clases presenciales? ¿Pueden suponer estos cursos lo que significaron los medios online para los medios de comunicación: un competidor implacable que, sin embargo, no es capaz de crear un modelo de negocio aunque ya ha transformado una industria que llevaba funcionando más de un siglo? El gran reto que plantean los MOOCs es el siguiente: ofrecen gratuitamente cursos de universidades de prestigio. Por tanto, ¿quién no va a querer seguir al menos alguno de sus programas para poder decir que tomó tal o cual asignatura en Berkeley o en Princeton? En efecto, los MOOC tienen una fuerza de marca irresistible y ahí es donde está el peligro para las universidades “medianas”, y la amenaza de desaparición del 50 por ciento de los centros educativos. Eso sin olvidar el atractivo para el estudiante, además, tiene un evidente componente económico.
Debilidades
En la otra bandeja de la balanza aparecen los problemas de los MOOCs: la privacidad. Aunque las grades compañías mencionadas afirman que son organizaciones sin ánimo de lucro y que no venden datos, también reconocen que lo saben todo de los estudiantes, incluyendo a qué horas hacen los ejercicios. Coursera ha utilizado eso para incentivar a los alumnos. Todos los meses mandan un correo electrónico con recomendaciones personalizadas a los estudiantes. Les dicen cosas como, por ejemplo: ‘Enhorabuena, has visto cinco vídeos en lo que va de semana, y el miércoles hiciste los deberes, pero ahora tenemos que pedirte que hagas otros cuatro ejercicios antes del fin de semana’. La reacción de los estudiantes ha sido tremendamente positiva.
Sin embargo, no faltan detractores que critican los MOOC por la tasa de abandono, que algunos sitúan en el 95 por ciento. Lo cierto, sin embargo, es que un solo MOOC del MIT, titulado “Circuits and Electronics”, tuvo matriculados este año a 155.000 estudiantes de 194 países. Sin embargo, 132.000 de ellos no pasaron del “cero” en el primer ejercicio y la tasa de fracaso fue del 96 por ciento. Los promotores de estas iniciativas también se defienden de la acusación de que es un sistema donde no se puede evitar que los alumnos copien. Coursera por ejemplo está desarrollando un software de identificación facial y otro que detecta las pautas de cada persona cuando teclea en el ordenador o en el iPad. De modo que, al menos en teoría, deberá saber quién está frente a la pantalla.
En definitiva, para los escépticos, los MOOCs solo son una burbuja más de Internet, pero que acabará con los actuales modelos de educación a distancia y de formación continua. Para sus defensores, son el inicio de una nueva era marcada por el final de las clases presenciales.
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